Hoy me pasó algo fuera de lo común, encontré por la calle una cuchara. En todos mis años de vida nunca había encontrado eso, una cuchara tirada en la calle. Así que mientras esperaba ahí en la esquina a que cortara el semáforo miraba la cuchara y saboreaba el momento. Y de pronto me imaginé mirándome desde lejos, o atrapado por la lente de un fotógrafo que desde un balcón sacaba una foto, y la foto se llamaba “hombre mirando una cuchara”.
La encontré a Tamara una vez, estábamos en un parque. La vi (caminaba sola), sonreía. Me acerqué para seguir sus pasos en connivencia con su espalda y su cuello entre sus rulos había miles de disquisiciones jocosas. Cuando frenó a la vera de una esquina me puse a su lado el semáforo hacía tic-tac y en sus ojos una centena de fuelles bombeaban. Y justo cuando todos retomaban la marcha estalló en sus virilurrios una carcajada inmensa. Se retortijó terriblemente allí mismo pero sin perder el alborozo de risa y calló como un feto en el suelo. Y mientras yo no atinaba a tocarla para preguntarle si todo estaba en orden ella se fue calmando hasta casi dormirse sobre la vereda con una sonrisa en los labios. Gonzalo Cunqueiro
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