Lo primero que hice esta mañana fue tomar la computadora y fijarme si tenía algún mail en mi bandeja de entrada, algún mail de una admiradora secreta. Pero mi bandeja estaba vacía. Me quedé remoloneando sin éxito en la cama hasta que tomé de nuevo la notebook y busqué en youtube la canción ‘Adiós Nonino’ de Astor Piazzola. Encontré una versión del propio Piazzola con una orquesta alemana que me pareció sublime. Busqué en wikipedia algo de información sobre el nonino de la canción y me enteré de que se trataba del padre de Astor, fallecido cuando éste tenía 39 años y estaba de gira por Centroamérica. Concluida la gira Astor Piazzola volvió a Nueva York en donde vivía circunstancialmente con su familia. De ese momento su hijo Daniel Piazzola (que por entonces era un pequeño) relata lo siguiente:
Papá nos pidió que lo dejáramos solo durante unas horas. Nos metimos en la cocina. Primero hubo un silencio absoluto. Al rato, oímos que tocaba el bandoneón. Era una melodía muy triste, terriblemente triste. Estaba componiendo Adiós Nonino.
Leyendo esto se me saltaron las lágrimas. Lo imagino a Piazzola allí sentado, con el bandoneón en la falda. Los ojos cerrados, el gesto contraído, haciendo un esfuerzo sobrehumano para luchar contra lo oscuro. Y entonces, tenuemente al principio, comienza a destilarse una melodía. Y es nada más y nada menos que ‘Adiós Nonino’, una despedida para un padre que se va para siempre.
Me quedé reflexionando entonces sobre el coraje. Y qué diferencia hay entre el coraje de un soldado espartano antes de la batalla y el coraje de un Astor Piazzola, a las puertas de un encuentro que también se da como un combate. El encuentro con el desencuentro. El encuentro con un espacio vacío, el encuentro con una extensión del propio ser totalmente desamparada. En las manos el bandoneón, que cual arma blanca comienza a herir la superficie de lo indistinto para que emerja allí algo de luz. El mayor coraje, pienso, es el que demuestra quien se enfrenta a ese desamparo por el que todos estamos atravesados. Quien se enfrenta a ese desamparo profundo sin rumear entre los desechos para encontrar una desmentida, aprestando todo su cuerpo para hacer surgir de ese vacío algo nuevo y desconocido, desconocido en el sentido de aquello cuyas bondades no están probadas.
Miré mi bandeja de entrada vacía. Pensé en mi propio y no tan terrible desamparo (hay veces que es terrible). Hice votos de coraje y me levanté de la cama. Quedé en revisar cuáles son mis armas.
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