Falta amor

Acabo de ver un pequeño episodio que tuvo lugar en un programa mañanero de la tele. El periodista Gastón Recondo preguntaba a vecinos de la Villa 31 de Buenos Aires por qué reclaman del Estado que les de viviendas, siendo que cualquier vecino debe trabajar para obtenerlas. Cuando apagué la tele me quedé pensando en ese interrogante. ¿Qué justifica que a algunos se les dé lo que a otros les ha costado trabajo conseguir? Algo parece válido y errado en esa pregunta al mismo tiempo. Luego de pensar un rato llego a las siguientes ideas.

En el sistema en el que vivimos, lo relativo a la propiedad privada es de la mayor importancia. Que los derechos respecto de ella estén equilibrados entre todos los ciudadanos es un imperativo inviolable. Ese equilibrio, sin embargo, no existe, pues no todos tienen las mismas oportunidades de acceder a la propiedad. Aquellos que han sido víctimas de la desigualdad social parecen investidos entonces del derecho a reclamar un resarcimiento. Pero no creo que sea esto lo que está en el centro del asunto. Me sabe mal que todo deba pensarse en definitiva en los términos de una gran contabilidad de derechos y obligaciones, materiales o morales. Creo que en el centro del asunto hay un interrogante acerca de la compasión.

Pienso que es obvio que podemos compadecernos de alguien que sufre una desgracia injustificada ante la ley. Por ejemplo, nos dolerá como propia la desgracia de quien ha trabajado duro para conseguir algo, y luego es engañado vilmente y robado. ¿Pero podemos compadecernos de alguien que ha caído en desgracia aún en el juego mismo de las leyes? Dicho de otro modo, ¿podemos compadecernos de alguien simplemente por su situación desgraciada, es decir, abstrayéndonos de la contabilidad de los méritos y los castigos? ¿Debemos ayudar a alguien desgraciado sin preguntarnos en qué medida lo merece, posponiendo el interrogante sobre cómo haría para devolver la gracia? Si la respuesta es afirmativa, la pregunta de Recondo no tendrá mayor sentido. Si es negativa, tendrá por el contrario la mayor importancia. Es un asunto que nos hace vacilar en la brecha que hay entre el amor y el rigor.

Y yo creo que como dice Maná... ¡Falta amor!



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